Escenarios y desafíos de los futuros del trabajo

F. Reflexiones Finales

En 2018, durante una entrevista con un periodista especializado en tecnología de la televisora estadounidense MSNBC, el entonces CEO de Google, Sundar Pichai, hizo una declaración que dejó perplejo al público. Con una calma que contrastaba con la magnitud de sus palabras, dijo: “La inteligencia artificial será más transformadora para la humanidad que el fuego o la electricidad”.

Los entrevistadores se miraron, incrédulos. Uno de ellos incluso soltó una risa nerviosa. ¿Cómo podía compararse, lo que hasta ese punto era un software en un estado incipiente, con descubrimientos tan fundamentales para la civilización como el fuego o la electricidad? Pero Pichai no bromeaba. Y tampoco exageraba.

Tal como en los años 70, la mayoría de las empresas no supieron leer las señales de una crisis energética inminente, hoy muchos líderes empresariales no logran dimensionar el impacto real que las tecnologías digitales tendrán sobre el trabajo, la economía y la estructura misma de la sociedad. Y, una vez más, quienes sí lo logran, parecen estar hablando un idioma que los demás aún no entienden.

Es esencial entender que los sistemas de IA actuales aún están lejos de alcanzar sus límites. Por el contrario, debido a la creciente capacidad de realizar más cómputo a un cada vez menor precio, están evolucionando a un ritmo exponencial. Como resultado de esto, pronto el mundo será fundamentalmente diferente. 

Por ello, queremos concluir nuestro proyecto con una idea que nos parece esencial abrazar: una transformación extrema, mucho mayor a la que hemos experimentado en las últimas décadas, está por venir.

A. Inteligencia artificial transformativa

Con una alta probabilidad, en algún momento de los próximos años, el desarrollo de la inteligencia artificial superará un umbral. Una barrera particularmente relevante para nosotros los seres humanos: el umbral de la inteligencia humana. 

Este tipo de IA ha recibido múltiples nombres. Usualmente se le conoce como Inteligencia Artificial General, o AGI por sus siglas en inglés. La AGI puede ser entendida como un sistema de inteligencia artificial capaz de realizar todas las tareas cognitivas tanto o mejor que cualquier ser humano. Algunos líderes de la industria han acuñado otras denominaciones: Dario Amodei, CEO de Anthropic, habla de «Powerful IA»; Mustafa Suleyman, head de Inteligencia Artificial de Google, la llama «Capable AI”. Pero, más allá de su denominación, lo relevante es que el desarrollo de una inteligencia artificial con la capacidad de generalizar y adaptarse a una amplia gama de dominios, similar a como lo hace la inteligencia humana, supondrá el inicio de una época de profundos cambios. 

Hasta hace solo unos años, la factibilidad técnica de que la IA pudiera cruzar este umbral era fervientemente discutida. Geoffrey Hinton —uno de los padres fundadores de la inteligencia artificial moderna y ganador del premio Turing—, por ejemplo, fue durante mucho tiempo escéptico respecto de la viabilidad de desarrollar una AGI. Hoy, sin embargo, ha cambiado de postura. Está convencido de que la AGI llegará y estima que podría suceder dentro de los próximos cinco años (CBC, 2024). 

Dario Amodei ha declarado que podríamos alcanzarla en 2026 (VentureBeat, 2025). Sam Altman, CEO de OpenAI, ha sugerido que es posible que incluso estemos ya al borde de esa transición (Time, 2025).

No sabemos con certeza cuándo alcanzaremos este tipo de inteligencia artificial,. P pero dada su factibilidad técnica y los enormes beneficios que representa para quien logre desarrollarla primero, la carrera está en marcha. La dinámica competitiva entre las grandes corporaciones tecnológicas y la creciente rivalidad geopolítica entre superpotencias -en particular entre Estados Unidos y China-, implica que ningún actor relevante tiene hoy la opción de frenar. Hemos llegado a un punto en que el avance hacia una inteligencia artificial que iguale o supere al intelecto humano parece, si no inminente, al menos inevitable.

Y cuando crucemos esa línea, el mundo cambiará radicalmente. Un sistema digital capaz de realizar todas las tareas tan bien -o mejor- que los trabajadores humanos, a un costo significativamente menor, transformará la economía y la sociedad de manera profunda (Zhang et al., 2023). Por esta razón, un término que está ganando fuerza para referirse a este tipo de sistemas es simplemente «IA transformativa». Porque más allá de su arquitectura técnica específica, lo que realmente la define es su capacidad de detonar transformaciones masivas en el tejido de la sociedad humana. Para fines de este proyecto adoptaremos este término.

B. Mirando el asunto con perspectiva histórica

Tendemos a medir lo humano desde nuestra propia experiencia olvidando que habitamos apenas un instante dentro del extenso devenir de los Homo sapiens. No existe una forma de ser humano, sino un continuo proceso de transformación de la humanidad y del mundo que esta misma moldea.

Para comprender la magnitud de los cambios que están por venir, es indispensable tomar distancia y observar la historia con una perspectiva amplia. Solo entonces podremos comenzar a imaginar los futuros posibles.

En los primeros tiempos de la humanidad, las sociedades eran nómadas, organizadas en pequeñas comunidades de vínculos familiares estrechos, dedicadas a la caza y la recolección. El lenguaje oral era nuestra principal herramienta para transmitir conocimientos, valores y experiencias, permitiendo la continuidad cultural de una generación a otra.

La primera gran transformación llegó con la revolución agrícola. Aprendimos a domesticar plantas y animales. Dejamos de depender exclusivamente de nuestra fuerza física para subsistir y comenzamos a aprovechar la energía de otros seres vivos. Esta innovación posibilitó el establecimiento de asentamientos permanentes y sentó las bases de una vida más estable.

La invención de la escritura fue un elemento central de esta nueva humanidad. Amplificó nuestra capacidad para almacenar y transmitir información, facilitó la planificación a largo plazo, dio origen a formas tempranas de burocracia y contabilidad y permitió el surgimiento de instituciones cada vez más complejas. Las sociedades comenzaron a organizarse de manera más jerárquica y estructurada, inaugurando nuevas dinámicas de poder y organización social.

Siglos más tarde, la humanidad atravesó su segunda gran transformación: la revolución industrial, que marcó el inicio de una tercera era en nuestra historia. El descubrimiento de cómo extraer y utilizar la energía contenida en los combustibles fósiles nos dio acceso a una fuente energética mucho más densa y abundante que cualquier otra conocida hasta entonces. 

Las máquinas comenzaron a reemplazar la fuerza física de humanos y animales, multiplicando exponencialmente la capacidad productiva. Asimismo, la imprenta y el auge de la ciencia moderna ampliaron de manera inédita nuestra capacidad de generar, acumular y diseminar conocimiento. Este nuevo modelo dio origen a grandes centros urbanos, al uso del dinero como mecanismo de coordinación de redes cada vez más complejas de cooperación social y al surgimiento de los mercados globales como estructura dominante de organización económica.

Hoy nos encontramos al borde de una cuarta era de la humanidad. El desarrollo de la IA transformativa supondrá un aumento extremo de nuestra capacidad de gestionar información y, con ello, probablemente nuestro progreso tecnológico y científico avanzará a una velocidad mucho más rápida que hasta ahora. Como resultado, nuevas formas de extraer y utilizar energía, como la fusión nuclear, surgirán en las próximas décadas, junto con sistemas de manufactura y distribución totalmente automatizados. Todo esto probablemente generará nuevas instituciones, nuevos marcos normativos y, finalmente, una nueva forma de ver el mundo para los seres humanos. 

C. El futuro del trabajo

Al cierre de este proyecto, vale la pena volver sobre la gran pregunta que lo anima: ¿Cuál será el futuro del trabajo? Una vez más, esta pregunta cobra más sentido si adoptamos la perspectiva amplia que hemos expuesto en los diferentes puntos de este análisis. 

El modo de trabajo contemporáneo -ir a la oficina, cumplir un horario, recibir un salario mensual- no es una constante histórica, sino un reflejo de la era postindustrial en la que vivimos. Pero en las eras previas, las personas también trabajaban.

En ese sentido, en términos conceptuales, el trabajo puede entenderse como el proceso mediante el cual los seres humanos extraen y utilizan los recursos del entorno y gestionan la energía, para crear cosas que consideramos valiosas empleando para ello la mejor tecnología disponible en cada época.

Así entendido, en la primera era de la humanidad, trabajar era una actividad corporal directa: recolectar, rastrear animales y cazarlos con nuestras propias manos. Luego, en la era agrícola, el trabajo pasó por organizar y mantener sistemas vivos: asegurar que las plantas crecieran y que los animales se reprodujeran, lo que requería observar con precisión el clima y las estaciones. 

Con la revolución industrial, el foco cambió nuevamente: trabajar implicó organizar cadenas de producción, mercados y flujos de capital y el valor comenzó a generarse desde la coordinación de estos sistemas, cada vez más complejos. Por ello, en el presente, el trabajo de millones de personas -y en particular el de los líderes empresariales- se basa en analizar el entorno y tomar decisiones. Naturalmente, la inteligencia y el conocimiento se han convertido en los recursos más valorados. 

Pero el futuro podría ser muy distinto. Como hemos señalado es altamente probable que las máquinas lleguen pronto a realizar funciones cognitivas con mayor velocidad y a menor costo que los seres humanos. Con ello, la figura del líder empresarial que analiza reportes, sostiene reuniones para informarse, recoge intuiciones desde su equipo, se toma un momento de reflexión y luego toma decisiones estratégicas, podría volverse obsoleta. En otras palabras, así como hoy nadie intenta competir hoy con una calculadora en operaciones aritméticas, en el futuro, tratar de igualar a los sistemas digitales en el arte de la toma de decisiones podría parecer igualmente anacrónico. 

Entonces, ¿cuál será el rol de los seres humanos en esta nueva era?, ¿cuál será la etapa parte del proceso de generar cosas que tienen valor para los humanos, con la tecnología disponible?, ¿tendremos aún algo valioso que ofrecer, a un precio competitivo? 

Como se plantea a lo largo de este análisis, el futuro es incierto y existen múltiples trayectorias posibles. En efecto, predecir el futuro con precisión es imposible. Pero hay un elemento en particular de esta discusión que queremos destacar dentro de la plétora de posibilidades: en ciertos contextos lo humano, por el preciso hecho de ser humano, seguirá siendo valorado.

Para ilustrar esta idea, pensemos en el ajedrez. Desde 1997, cuando la supercomputadora Deep Blue de IBM derrotó a Garry Kasparov, sabemos que las máquinas pueden jugar mejor que los humanos. Y sin embargo, el ajedrez competitivo humano sigue vivo. Convoca a millones de espectadores cada año y los grandes maestros son celebridades internacionales. ¿Por qué? Porque no vemos ajedrez solo para admirar movimientos óptimos, lo que nos conmueve es precisamente lo humano. Queremos ver la tensión, los errores, las remontadas. Vibramos con las historias, no con la ejecución perfecta del juego. 

Asimismo, habrá muchas actividades donde, independientemente de la indudable superioridad técnica de las máquinas-, preferimos el componente humano. Seguirán existiendo actores en los teatros y futbolistas en los estadios, sin importar cuánto avance la robótica. Preferiremos a un terapeuta humano porque, aunque un software domine a la perfección las teorías psicológicas, lo que queremos es sentirnos comprendidos por otro ser humano. 

Del mismo modo, las organizaciones seguirán a personas. Tal vez estas ya no realizarán trabajos cognitivos, ni tomarán las grandes decisiones, pero sí serán indispensables para representar una visión, sostener una cultura y, sobre todo, encarnar la confianza.

Y este es tal vez uno de los puntos más importantes que garantizarán la presencia humana: la confianza. Los seres humanos seguirán siendo esenciales en el futuro, porque seguimos confiando -profunda y naturalmente- en otros seres humanos. Nuestra biología, nuestra historia evolutiva, nos ha preparado para captar matices sutiles que no se comunican con palabras: una pausa, un gesto, una mirada. Eso que a veces llamamos “presencia” -o incluso “energía”- seguirá siendo irremplazable.

Alguien podría argumentar que la inteligencia artificial pronto será capaz de generar videos hiperrealistas que imiten estas señales a la perfección o que la robótica avanzará hasta replicar los gestos sutiles que hoy evocan cercanía, seguridad o empatía. Pero esa posibilidad no debilita el argumento, lo refuerza. 

Confiamos en las personas porque sabemos que pagan un precio por sus errores, porque tienen una reputación que cuidar, porque sienten la presión moral y social de actuar con responsabilidad. 

Esa condición -saber que hay alguien al frente, de carne y hueso, que responde por lo que hace- es fundamental para construir confianza. Por eso, en los momentos que realmente importan, exigiremos que haya otro ser humano físicamente presente, representando a una organización, poniendo su palabra en juego por un producto o tomando la responsabilidad por una gran decisión.

Así, en los años que vienen es probable que la inteligencia pura -el análisis lógico, la síntesis de datos, la toma de decisiones calculadas- deje de ser el recurso más escaso y valioso. En su lugar, cobrarán protagonismo las habilidades relacionales: la empatía, la sensibilidad social, la capacidad de escuchar y de inspirar. En otras palabras, el trabajo del futuro podría consistir menos en saber qué hacer, y más en construir y sostener relaciones de confianza genuinas.

D. Un futuro de posibilidades infinitas

Estamos convencidos de que la Inteligencia Artificial Transformativa deberíadebeiería abrir una serie de oportunidades sin precedentes para nuestra especie, que trascienden el mundo del trabajo, pero que no pueden quedar fuera de esta reflexión final. 

El filósofo sueco Nick Bostrom lo ha explicado de forma muy clara: un sistema digital con una inteligencia suficientemente avanzada sería capaz de resolver todos -o casi todos- los grandes problemas de la humanidad, entre ellos la pobreza, la violencia y la contaminación (Bostrom, 2003). 

La razón es simple, gracias a su capacidad, estos sistemas no solo podrían analizar nuestros desafíos considerando todas sus variables, sino también acelerar el desarrollo tecnológico y realizar descubrimientos a una velocidad que hoy apenas podemos imaginar, aumentando las probabilidades de que esto ocurra al pensarlo al mismo tiempo que otros avances que parecen inminentes como la comunicación cuántica. Al igual que la palanca cambió para siempre nuestra capacidad, una IA super inteligente podría en un año hacer lo que un milenio de progreso humano. Por eso, Bostrom sostiene que la superinteligencia artificial será el último invento que la humanidad necesitará crear.

Un desarrollo tecnológico de esta magnitud traería como consecuencia natural una prosperidad sin precedentes. Como resultado, las personas contaríamos con muchas más opciones. Así, y tal como ocurrió en las dos grandes transformaciones que ha experimentado nuestra especie -la revolución agrícola y la revolución industrial-, los seres humanos podríamos dar un nuevo salto en nuestra calidad de vida, una expansión radical en las posibilidades de nuestra existencia. Solo por citar algunos ejemplos -relacionados con el mundo del trabajo, para los fines de este proyecto-, es posible imaginar al menos tres dimensiones en las cuales nuestras opciones podrían ampliarse significativamente.

La primera, tiene que ver con la capacidad creadora del ser humano, que podría multiplicarse de manera exponencial. Con herramientas de inteligencia artificial avanzadas como aliadas, una sola persona podrá llevar adelante proyectos que hoy requieren equipos completos. El emprendedor Reid Hoffman, fundador de LinkedIn, ha acuñado el concepto de “superagencia”, la idea de que la IA en lugar de reemplazar a los humanos, amplificará radicalmente su potencial. Una suerte de “superherramienta” que democratiza el acceso al conocimiento y potencia las capacidades individuales, abriendo nuevas posibilidades de acción, influencia y creación (Hoffman & Beato, 2025).

En segundo lugar, podremos decidir con mayor libertad dónde y cómo vivir. Durante siglos, las ciudades se formaron -y se densificarondensifican– en torno a los medios de producción y trabajo. Las personas necesitaban vivir cerca de donde producían valor. Pero en un mundo de trabajo descentralizado y sistemas automatizados de distribución, esa necesidad desaparece. Así, probablemente será posible vivir en lugares remotos, en comunidades pequeñas, o en movimiento constante, sin quedar desconectados del sistema económico global.

Como tercer punto -y tal vez el más importante-, podríamos tener por primera vez en la historia la posibilidad real de elegir si trabajar o no. Muchas personas decidirán seguir contribuyendo a la producción económica, por vocación, interés o propósito. Pero, si logramos crear instituciones que sean capaces de repartir la prosperidad, también se abrirá la opción de elegir dónde poner el tiempo y la energía. 

Al imaginar todos estos cambios de forma sistémica, nos surgen nuevas preguntas. Si dejamos de dedicar la mayor parte de nuestro tiempo a la producción, ¿qué vamos a hacer? Si no somos trabajadores, ¿quiénes vamos a ser?

Entonces es que imaginamos que podríamos tener un futuro donde se revalorizan otros aspectos de nuestras vidas y las personas pueden dedicar todo su tiempo a hacer lo que aman, a desarrollar vínculos significativos y a seguir su propósito. En particular, podríamos ver a más personas eligiendo ser artistas o padres y madres cariñosos a tiempo completo, sin culpa ni sacrificio económico. Tal vez eso -más que cualquier innovación tecnológica- sea lo que dé origen a una nueva generación.


Así, tal vez Sundar Pichai daba en el clavo con sus provocadoras palabras. Quizás la inteligencia artificial no solo será más transformadora que el fuego o la electricidad. Tal vez sea la chispa que nos permita, por fin, vivir de forma verdaderamente humana.